Micifú va al cine






Aquella noche, Micifú estaba sentado ricamente en el regazo del padre de Beatriz. Sí, ¡quién hubiera imaginado semejante bucólica escena unos días atrás! Él, un señor tan serio, enemigo de gatos y perros desde siempre, se había convertido por arte de birlibirloque en el concienzudo padrino del gato que no dejaba en paz a toda la familia para que a éste no le faltara de nada. Beatriz, ¿has puesto la leche al gato?, decía; o bien, acuérdate de comprar el pienso para el micifú éste, le decía a su mujer; o también: ¿has cerrado las ventanas de arriba? Ya estaba pensando que Negrito iba a tirarse por una de ellas o algo así, ¿o acaso temía que ahora que había encontrado un nuevo motivo de distracción, incluso de cariño, diría yo, podía el gato fugarse como un vil pusilánime dejando allí a la familia compuesta y sin novio? Total, que ahora no pasaba noche en que, cuando encendía el fuego de la chimenea y se disponía a ver la película de costumbre, el micifú no trepara hasta su sillón y se le subiera en el regazo. Negrito había descubierto que dentro del cuerpo de aquel papi, como le llamaba su hija, había un corazón grandote que había que conquistar a toda costa; bueno, ni eso, vamos, que se había encaprichado de él hasta tal punto que no pasaría muchos días antes de que Micifú lograra que Rafa, el señor de la casa, consintiera en que le acompañara en su matutino paseo al bar en donde una tertulia de recién jubilados se desayunaba con un cafetito y una copita de anís o cazalla; igualito que en los tiempos de la posguerra, sí señor.

Así que dicho y hecho, Negrito se había despedido de Beatriz, que tenía que terminar una presentación para sus clases del instituto y, bajando las escaleras en trotecillo, había salido disparado hacia el salón. La película estaba en los títulos de crédito, El cisne negro, se titulaba. Dio un brinco sobre el sillón y se fue derecho a encontrar su postura en el regazo de Rafa. Éste, para que el gato estuviera más cómodo, lo cogió en alto, tomó un cojín, se lo puso sobre las piernas y depositó al micifú sobre él. Ambos miraban ahora atentos la pantalla, el cisne blanco bailaba describiendo pequeños tornados alrededor del escenario perseguido por una especie de príncipe; pero de pronto, apenas sin transición, éste se transformaba en una especie de Batman de horripilante pinta y abrazaba al cisne como un enamorado clavándole sus uñas en la espalda. Mal asunto, se dijo Negrito, el Bien y el Mal, la ingenuidad y la gracia frente a la astucia y la sensualidad; mal asunto porque él hubiera preferido para aquella noche algo más sencillito, una comedia de Billy Wilder, por ejemplo, algo así como Con faldas y a lo loco o La tentación vive arriba; pero no era cosa de ser exigente, al menos en estos primeros tiempos de la adopción. La protagonista, Nina, representada por Natalie Portman, le inspiraba la sensación de un personaje del que podría aprender mucho; Nina era la inocencia en persona, pero sabía poco de las cosas de la vida, su pasión estaba por estrenar, la educación acaparadora de su madre habían convertido aquella mujer en una niña dócil y obediente. Ya tenía él en eso un mensaje para no dejarse adormecer entre las cuatro paredes de la casa, sí, vivir a mesa puesta y pasar el día dormido en un rincón haría de él un holgazán, seguro que su cerebro se le habría hecho mantequilla si no tomaba debida nota. Proseguía la película y Micifú sentía cada vez más claro que, aunque cómodo y calentito, debería en el futuro, cuando su presencia se hubiera asentado en aquella casa, empezar a merodear por las calles de la vecindad a la búsqueda de nuevas aventuras. Le gustaba también el papel de la compañera de Nina, Lily, que actuaba de contrapunto a aquélla y resultaba muy atractiva en su rol lleno de sensualidad y sagacidad.
A mitad de la película Negrito sintió necesidad de hacer pis y, como no podía decir a Rafa que parara aquello mientras tanto, saltó veloz sobre la alfombra, corrió al cuarto de baño en donde Beatriz había colocado una caja con arena especial para él, escarbó apresurado sobre la gravilla hasta dejar aquello a su gusto, se demoró allí unos segundos mientras el chorrito cantaba sobre la arena y rápido se fue otra vez sobre el regazo de Rafa. Ahora Nina y Lily luchaban en el camerino, las dos querían ser la primera estrella del espectáculo; Nina mata a Lily, pero es sólo una alucinación. Después pasan cosas raras, pero no importaba, lo que sí estaba claro era que Nina se había independizado de su madre, había aprendido a enfrentarse a su cuerpo y llenarlo de placer y espontaneidad y, por fin, desinhibida de una educación que le había frustrado e impedido crecer y sacarle sustancia a la vida, había finalmente conseguido soltarse y actuar por sí misma sin la tutela de la madre o los impedimentos de la educación que había recibido. Nina era aplaudida a rabiar al final de la representación, pero era un final un poco angustioso, su éxito, su triunfo se ve empañado por un chorro de sangre que mancha el blanco espectacular del cisne blanco. Acaso él, que era un gato un poco simple, podía sacar la moralina de que no hay nada que se pueda conseguir sin un un poco de sufrimiento; quizás.
Desde luego daba gusto ver cómo Nina, a pesar de sus alucinaciones y los problemas que tiene en contra, iba convirtiéndose en una mujer redonda; redonda, es decir, más apañada, vamos, cómo decir, más ella misma, alguien no predecible con variados y ricos aspectos de su personalidad. Para decirlo con una sola palabra, Nina se había convertido en alguien interesante. ¿No estaba mal después de todo, no? Convertirse en alguien interesante ya era un buen objetivo para la vida, aunque se tratara de un gato. Y ya se imaginaba el gatuneando por los alrededores del parque engatusando a las gatas con un parloteo sobre filosofía de la vida o departiendo con otros micifús a la sombra de los plátanos sobre las causas de la situación económica que vivía el país, o sobre cine y teatro, incluso sobre pintura o música, si venía al caso. De gato convencional nada, él había nacido para ser un gato interesante, un gato deslumbrón que cuando paseara en primavera por las calles del barrio fuera poniendo húmedas a todas las gatas con las que se topase. No, no quería ser un tenorio, que eso terminaba en definitiva en aburrir al más pintao, él quería imitar a Nina, la de la película, aprender con ella, saber del todo qué le pedía su cuerpo y su alma y hacerlo.
Amén. ¡Vaya soliloquio que se traía el tío!, y eso habiendo llegado a la vida como mucho al final de la última primavera.